Los árboles de la Alameda

Por Juan Flores García

El árbol es parte de nuestra vida. El árbol que nuestros antepasados con tanto cariño se empeñaron en plantar y cuidaban con amor, de él nos servimos hasta de su sombra.

Aquí en nuestro Tepa los tuvimos en abundancia cuando nuestro pueblo era chiquito y en todas las casas teníamos uno, desde aquel arrayán, el guayabo, naranjo, limón, zapote, fresno y muchos más. A éstos les llamábamos árboles de casa o caseros. Además, a lo largo del río había muchos sabinos, de los que todavía quedan algunos. ¡Que lástima que se estén acabando!

Es curioso como el tiempo siempre es motivo de recuerdo a lo largo de nuestro siglo. Al hablar hoy de los árboles de la alameda, de esa que presentamos en una ocasión que fue motivo de alegría por los paseos que allí tuvieron lugar, ahora con cierto dejo de tristeza vemos como les está llegando su hora.

Nos han deleitado tanto con su belleza en ese lugar, en las dos aceras nos proporcionan su acogedora sombra. Todos esos eucaliptos además nos brindan salud al respirar el aroma que expelen.

Los árboles que hoy vemos fueron plantados en el año de 1912, siendo presidente municipal de Tepatitlán el ciudadano Luciano Fernández y regidor don Jesús Vallejo, quien mandó se plantaran con un costo de cuatro pesos cincuenta y ocho centavos.

Qué satisfactorio para don Jesús fue ver crecer para beneficio de los habitantes de nuestra ciudad, esos eucaliptos… Y ¡Quien lo fuera a creer! Que uno de ellos sería escogido para dar gloria a un hombre de Dios; al ser una de sus ramas objeto de su muerte. ¡Cuánto dolor debe haberle causado a este árbol, que provocó que se secara esa rama! La que sostuvo el cuerpo de un santo mártir, el Señor Cura don Tranquilino Ubiarco, la devoción al alma de este Santo que la gente le tiene sigue patente.

Por varias generaciones se ha tenido y ese tronco que aún vemos, conserva el símbolo del dolor que nos causó el sacrificio.

Estos eucaliptos, que también nacieron en el siglo pasado, van al parejo de nuestras vidas. Crecieron tan altos y tan fuertes, que lucieron sus ramales. Algunas de esas ramas sirvieron para sostener una soga, pero para hacer un columpio, aquellos tan usados en nuestra niñez para mecernos tan fuerte como podíamos.

Algunos de éstos árboles, los más jóvenes, fueron plantados allá por el año de 1934, por aquel señor que cuidaba nuestra querida Plazuela del Tepetate, don José Navarro “el Chillo Corta”.

Así aquellos eucaliptos se elevan apuntando al cielo, con tanto año de vida están llegando a su fin. Es necesario por lo menos mutilarlos, para que sus débiles y ya peligrosas ramas no vayan a caer sobre personas o bienes materiales. Durante mucho tiempo, los árboles que fueron plantados por don Jesús Vallejo, en aquel tan amplio lugar, solo para ellos, lucieron, dieron sombra y alegría. Conste que me estoy poniendo nostálgico de sentir que esos árboles irán desapareciendo y que antes no nos estorbaban y por eso decimos que así fue Tepa en el Tiempo.

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