Lo que decía Cantinflas

Por el padre Miguel Ángel
Padre.miguel.angel@hotmail.com

Le preguntaron a Cantinflas si el trabajo era cosa buena, a lo que disparó con estas filosofías populares: “Si fuera bueno, ya lo hubieran acaparado los ricos”.

Por lo menos una vez a la semana, oye uno estas frases que reflejan lo que el mexicano piensa del trabajo. “El trabajo honrado, hace al hombre jorobado”. “Trabajo que no deja para levantarse a las once de la mañana, no es trabajo”. “Si la bebida no te deja trabajar, deja el trabajo”. “La ociosidad es madre de una vida padre”.

El propio Cantinflas se dolía en una película: “¿Qué creen ustedes que no sufro porque no trabajo? Pero prefiero sufrir que trabajar”.

¿Sentido del humor del mexicano, o ganas de no hacer nada? Quizá ambas cosas.

Quien no conoce a los mexicanos, quedará convencido de que son muy trabajadores. Por que ante los demás, dan la impresión de que no sólo trabajan, sino que trabajan en demasía.

-Nomás vieras lo ocupado que ando. Yo chambeo hasta la media noche. Tengo un trabajo bárbaro. Yo ni los domingos descanso. Hace siete años que no tomo vacaciones. El trabajo no se acaba. Me la paso chambeando. No me sobra tiempo para nada.

Todos somos mártires del deber. Vivimos ocupadísimos. Nomás vieras. Hay trabajo para las veinticuatro horas.

Si uno sorprende a un mexicano levantándose a las cuatro de la tarde de su santísima siesta, le dirá que eso no es descanso, sino que se acostó a las dos de la madrugada porque estaba chambeando. Y si la sorprendida en la holgazana es un ama de casa, la señora nos saldrá al paso para explicarnos que si prendió la televisión fue para ver si no estaba descompuesta, la televisión no la señora pues hace cinco meses no la veía.

Si el hijo no tiene trabajo, la familia se apresura a protegerlo. No te apures, aquí con nosotros nada te faltará. Te hacemos un rinconcito. Donde comen cuatro, comen cinco.

Sin embargo, cuando trabaja, trabaja poco, trabaja a ratos, deja las cosas a medias, se cansa luego, no empeña su esfuerzo físico y mental, no rinde lo que pudiera. Ni mete a fondo el acelerador. Tal vez porque se confía a su extraordinaria destreza que es capaz de hacer las cosas bien y pronto, cuando quiere; o porque somos inconstantes y poco amigos de la rutina y la perseverancia. A otra cosa.

Por eso alternamos el trabajo con mil distracciones, que lo perforan a cada paso.

Cada media hora, el cigarrillo. Cada hora, el baño. Cada dos horas, el refresco. Cada tres, las tortas y los taquitos. Cada cuatro, pedimos esquina. No se diga la plática. El mexicano está físicamente imposibilitado para dejar de conversar mientras trabaja. Las ocho horas de chamba reglamentaria son otras ocho horas reglamentarias de conversación. Cuando guarda silencio, es señal de que terminó su trabajo.

El estadio y la plaza de toros transforman al mexicano. No es un mero espectador, sino parte del espectáculo. A su modo, crea mientras observa. Por eso el entusiasmo, el comentario, la risa, el aplauso, los gritos ingeniosos. La mejor nota de humor que se produce en México, es la que brota, espontánea y anónima, de las graderías y los tendidos.

El mexicano no puede divertirse solo. Tiene que buscar a un amigo, acompañarse de la novia, pescar a quien sea, con tal de no ir solo al teatro, al circo, al béisbol. Necesita ir acompañado a la fiesta bien sea para sentirse más seguro, para ejercer su proverbial generosidad, para compartir comentarios y alegrías, o simplemente para tener con quien platicar. Todavía no nace el mexicano con vocación de anacoreta.

Difícilmente los maridos toman la iniciativa para hacer que sus mujeres descansen. Creen que el trabajo de casa equivale al día de asueto, sin considerar que su esposa es la primera que empieza las faenas y la última que termina, sin horario fijo como el del varón y mucho menos sin sueldo fijo. Apenas los maridos entrados en años y salidos de tentaciones son los únicos que sacan a sus mujeres a dar una vueltecita. A los hijos tampoco les preocupa que sus mamás descansen. Les parece a todos tan natural que la reina del hogar nunca abandone el trono.

¿Por qué la mujer mexicana no sabe ni quiere descansar? Porque le ha faltado una formación para el ocio, porque subestima el descanso según sobrestima el trabajo, porque al marido irresponsable no se le ocurre hacer descansar a su esposa, porque el varón mexicano, que sufre agudísimo de celos, guarda a su mujer en la caja fuerte del hogar; porque en fuerza de un prejuicio de viene de siglos, la mujer mexicana no debe tomar iniciativas ni en su propia utilidad.

La madre educa a sus hijas para que trabajen y a sus hijos para que descansen. La madre ordena a la niña: arregla la corbata del hermano que se va al baile, dale de comer a Pepe porque tiene que irse al fut, prepárale el baño a Javier porque ya es hora de que se vaya al cine. Así es como una educación deformada quita del alma de la mujer, desde la infancia, todo empeño por procurarse un descanso que ha de ser parte de su vida y requisito de su dignidad.

No son pocas las mujeres mexicanas que empiezan a saber qué es eso del descanso, hasta que se les acaba la vida, cuando en el epitafio de su tumba se les concede por fin lo que no merecieron nunca antes: Descanse en paz. Así sea.

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